Durante años, el discurso empresarial ha girado en torno a la preparación para el futuro. Hemos hablado de transformación digital, de automatización, de nuevas competencias. Hemos invertido en tecnología, en formación, en procesos.
Pero hoy, en medio de una aceleración sin precedentes, cabe preguntarse si ese futuro que imaginábamos se parece a nuestra realidad actual. Y, aún más allá, si el mañana que hoy dibujamos se asemejará en algo a lo que podamos llegar a vivir. Porque lo que estamos viviendo no es una evolución lineal. Es una ruptura. Y no es solo tecnológica. Es cultural, ética, humana.
La inteligencia artificial ha dejado de ser una promesa para convertirse en una presencia cotidiana. Automatiza tareas, optimiza decisiones, personaliza experiencias, explica Raúl Sánchez, Country Manager de ManpowerGroup. Pero también nos obliga a mirar hacia dentro. A preguntarnos qué significa ser humanos en un mundo donde pensar ya no es exclusivo de las personas. La IA no solo nos ayuda. Nos revela. Expone nuestros sesgos, nuestras contradicciones, nuestras zonas ciegas. Nos obliga a decidir qué queremos preservar, qué queremos transformar y, sobre todo, qué queremos liderar.
Este nuevo escenario exige una revisión profunda de cómo entendemos el talento. No podemos seguir gestionándolo como un inventario de competencias. No basta con buscar perfiles técnicos ni con mapear habilidades. El talento del futuro será el que sepa navegar la ambigüedad, colaborar con diversidad, sostener el propósito en medio de la automatización. Porque cuando todo se puede automatizar, el espíritu crítico y la capacidad de resolución de problemas se convierten en un activo crítico de mucho valor.
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